viernes, 19 de abril de 2013

Problemas y nuevo sistema de votación


Hemos detectado una serie de irregularidades en el sistema de votación, ante lo cual nos hemos visto obligados a interrumpir el mecanismo de votación actual, creemos justo esto pues queremos evitar cualquier intento de fraude, repetición de voto o error interno.

(PINCHAD PARA VER LAS IMÁGENES)





Como podéis ver el número de votos aumentó exponencialmente en cinco minutos, en cambio las visitas al blog según las estadísticas internas, fueron escasas y siempre con las mismas IPs. Algo contradictorio y que desde luego nos choca y mucho.

Nosotros no ganamos nada con este concurso, creemos que es una forma de difusión de la lectura/escritura.  

Nos planteamos la posibilidad de hacer las votaciones del segundo relato ganador tal y como las tenemos escritas los jueces o por quorum de la asociación, sin embargo al conocer los nombres de los participantes nos vemos en la imposibilidad de hacer esto sin caer en favoritismos. Por lo tanto consideramos conveniente crear otra forma de voto. Esta vez a través de los comentarios que nos dejéis en cada uno de los relatos, los comentarios NO podrán ser anónimos siendo obligatorio registrarse en gmail. Sabemos que es una medida dura y que no todo el mundo posee una cuenta, pero nos parece lo más razonable vistas las circunstancias. A cambio podréis elegir varios de los relatos como favoritos, quien tenga más comentarios el martes a las 12:00 será el que se lleve el premio.  No se aceptarán comentarios fuera de lugar ni insultos, cualquiera de estas prácticas serán penalizadas.

miércoles, 17 de abril de 2013

Problemas técnicos asociados a blogger


Los votos de la anterior encuesta se borraban y se volvían a escribir, pero no os preocupéis, los votos se han guardado y podéis seguir votando en la nueva encuesta que no es de blogger pero funciona igual. Sentimos mucho los problemas que hayamos podido provocar y os animamos a seguir votando.


¡Ya tenemos un ganador!


Tras muchos días y deliberaciones, ya podemos anunciar un ganador y éste es (redoble de tambores)...

...

...

José  C. Sancho

Por el relato

La chica más dulce

Enhorabuena al ganador y muchísimas gracias gracias a todos por participar. Pero aquí no queda la cosa, la siguiente lista es la de finalistas (por orden alfabético):

-Reto.

¿Estás entre los finalistas? Bien, pues aún tienes la oportunidad de ganar un premio ¿cómo? Os animamos a todos los lectores de este blog a convertiros en jueces y ser vosotros mismos los que juzguéis las obras. Después de leer cada relato (que están enlazados en los títulos de arriba), podréis votar el que más os guste de los de la columna de la izquierda, el martes 23 a las 12:00h acabará el plazo y a las 13:15 se os animará a acudir a ganadores y finalistas a la asociación para leer las obras y recoger los premios. Muchísimas gracias y mucha suerte.

Si además os ha gustado estad atentos al blog porque añadiremos un par de relatos que aunque no entren a concurso esperamos que os gusten.

A continuación podéis leer la obra ganadora.


La chica más dulce


Dejadme contar la historia de cómo la conocí. Y de cómo tuve que despedirme de ella para siempre. De cómo me hizo sentir cosas que nadie jamás había conseguido extraer de mi alma, e invocó la lujuria de maneras indescriptibles… antes de desaparecer.

Ahora me pregunto, ¿fue alguna vez amor? ¿O ese placer tan intenso pudo hacerme enloquecer? A veces pensaba que la quería, no lo voy a negar, y engañarme recordando sentimientos muertos no ayudará a superar su pérdida. Esa conexión, esa fusión de identidades, consumiéndonos el uno al otro para formar una única unidad, era demasiado fuerte como para teñir la imagen de colores que no le corresponden.

Así pues, ¿cómo empezó todo? No esperéis encontrar aquí una profunda historia de amor pues, creo, ella nunca me amó, o al menos no como yo a ella. Por ello no comencemos como el típico cuentecillo romántico, nunca hubo tal cosa. No la vi un día lluvioso, en la facultad, creyendo que nada mejoraría en mi vida, ni me sentí maravillado de su presencia en cuanto mis ojos se posaron en su cuerpo. No pensé que estaba hecha para mí desde el mismo momento en el que me planté frente a ella y, casi a escondidas, la observaba sin saber qué decir. ¿A quién quiero engañar? Fue así mismo, tal cual. Y para terminar de arreglar las cosas un amigo, el Chapas le llamaba, descubrió mi mirada lasciva y comentó socarronamente:

-Te gusta, ¿eh? Es de lo mejorcito de la facultad.

Yo le miré sorprendido, saliendo de la burbuja que su imagen había creado entre mi mente y el resto del mundo. ¿La conocía? ¿Desde cuándo? ¿Y cómo era la primera vez que la veía? Es más, ¿cómo había podido estar tan ciego todos estos meses para no verla ahí, siempre, esperándome?

No me atreví a tocarla, a conocerla, y supliqué al Chapas que me sacara de la cafetería, no podía estar ahí con ese sentimiento de impotencia. Pasaron días enteros en los que, sumido en mi soledad, ella me parecía la única luz al final de ese oscuro túnel que se formaba a mi alrededor. Hasta que, un día nublado y fresco, decidí actuar. Volví enérgicamente a la cafetería esperando encontrarla, y allí estaba de nuevo, e incluso juraría que me echó una mirada juguetona cuando sonreí, a su lado. Su curvilíneo cuerpo me fascinó, evocándome experiencias que tan solo ella podía hacerme vivir. Me armé de todo el valor que pude encontrar y decidí conocerla.

Y resultó ser la cosa más dulce y entrañable con la que me había relacionado antes. Me sentí al instante preso de su silueta y su piel, me acababa de convertir en su esclavo. La cosa funcionó, a pesar de mis expectativas y las del Chapas, que no tenía demasiada fe en mí, tomándose a broma mi fijación por ella. Así, pasaron los días, y nos fuimos conociendo mejor. Ella llegó a saber cada rincón de mi vida, y yo me fascinaba con la suya. Hasta que sucedió. Lo más maravilloso que he experimentado nunca. Nos besamos. Nuestros cuerpos se chocaron en una explosión de sabor, increíblemente tierna. Era lo más dulce que mis labios habían acariciado nunca.

Recuerdo perfectamente ese momento porque ese día la había llevado al parque frente a la cafetería, y sentados en la hierba, bajo el sol de primavera, dibujamos juntos un corazón en el aire, antes de rozar tímidamente nuestros labios, en un beso humilde que se transformó poco a poco en un relámpago que nos consumía a ambos en un festival apasionado y dulzón al mismo tiempo.

Esa misma tarde acabamos en un aula vacía, que cerramos con llave. Y con su piel tersa tumbada sobre la mesa del profesor, con las curvas que hacían que perdiera la cabeza por ella, me miraba sonriente, esperando que volviera a besarla, que descubriera su cuerpo con mis labios y le hiciera ver más de lo que ella nunca antes había visto. Mis dedos acariciaron su figura con cariño, mientras seguía besándola poco a poco, como quien saborea un helado muy pero que muy caro. Ella me devolvía el beso como si conociera a la perfección mis labios, y poco a poco fue recorriendo mi cuerpo, tocando mi piel y apretando mi vientre.

En ese instante decidí quitarme la chaqueta, sin llegar a desnudarme, aunque  ella  me mostraba todo su cuerpo desnudo. Ya no había nada que ocultar, nuestras almas, nuestra identidad, quedó ahora vulnerable frente a la mirada del otro. Seguí jugando con mis dedos, descubriendo cada recoveco de su cuerpo, y haciéndola crujir de placer a cada momento. Su aroma me hipnotizaba con cada sacudida, haciendo mover mis manos y mis brazos alrededor de su figura, dejando que ella también me poseyera. Tocó partes de mi cuerpo que ni siquiera conocía, y me hizo gemir de placer al acariciar mi miembro musculoso y húmedo. No pude soportarlo más, agarré sus curvas bamboleantes e introduje la cara entre los pliegues de su piel, inundándome de su aroma, y su eterno sabor dulce. Soltó mi miembro y nos miramos fijamente, respirando con dificultad.

Ambos lo sabíamos, era el momento, le di un firme y larguísimo beso y acaricié su cara con la mía antes de tomarla. Con cada empentón ella se estremecía violentamente, y el placer se reflejaba en nuestros rostros. Mi miembro se deslizaba a dentro y a fuera, de manera acompasada, provocando un ritmo de jadeos y gemidos que me excitaban cada vez más. Por ello iba aumentando la fuerza de mis sacudidas. Estaba dentro de ella, y ella estaba dentro de mí, disfrutando en comunión de nuestros cuerpos entrelazados. Seguimos así durante lo que a mí me parecieron horas, y el sudor se escapaba de nuestros cuerpos. Cuando, finalmente, la hice totalmente mía, la besé por última vez y caí en un sueño profundo.

Cuando me desperté, ella ya no estaba ahí. Tan solo quedaban sobre la mesa los restos de nuestro secreto. 
Me volví loco intentando buscarla por la facultad, pero no la encontré, ni siquiera en la cafetería. Quería volver a sentir su piel en mis labios, su olor, volver a hacerla estremecerse mientras ella era mía, y yo era suyo. Su eterno esclavo.

Pero ya no estaba, y a la mañana siguiente tampoco la logré encontrar.

-Vaya putada.- comentó el Chapas cuando, al llegar juntos a la cafetería, vimos que ya no estaba ahí.

Pasaron los días, hasta que la reconocí en el pasillo. La vi tomando la mano de otro chico, acariciando sus labios. La sorpresa me paralizó. ¿No había significado nada lo de aquella noche?  Comprendí entonces que nunca sería mía.

No pasó mucho tiempo hasta que me volví a topar con ella, cara a cara. Me disculpé, por lo que fuera que había hecho mal, y esa tarde acabamos en una clase de nuevo. Se deshizo en virutas de placer, mientras yo volvía a intentar poseer lo único que podía atrapar de su esencia. Me había convertido en su amante.

Las semanas continuaron, y seguí viéndome con ella, y descubriendo como si fuera vez, cada rincón de esa voluptuosa figura que tanto me excitaba. Su olor inconfundible me transportaba siempre a esa tarde primaveral en la que había creído que era mía, y habíamos penetrado el uno en el otro. Pero siempre acababa desapareciendo sin que yo me diera cuenta, y apareciendo de la mano de cualquiera en los pasillos.
En una ocasión, el Chapas me pidió compartir una de nuestras experiencias, y ella no tuvo inconveniente. Es más, se estremeció violentamente cuando los dos relamimos y besamos su contorno, y cuando, finalmente, nos enlazamos con su cuerpo desnudo. Fue algo mucho más intenso, más, por decirlo de alguna manera, brutal, pero tanto el Chapas como yo sabíamos compartir, y ella lo disfrutó mucho más, casi tanto como nosotros.

Pero, como he dicho, esto no es una historia de amor. Ella no sentía lo mismo por mí, y los celos se fueron apoderando de mi mente cada vez que la veía con cualquiera. Que otros disfrutaran su cuerpo, que fundieran sus labios con ella, que la tocaran allá donde pensaba que sólo yo había logrado alcanzar, me devolvía a esa sensación de oscura impotencia que había experimentado antes de conocerla.

No podía seguir así, debía terminar con esa relación. No podía pretender que fuera mía si ella pasaba de mano en mano, y la gente tal y como habíamos hecho el Chapas y yo, la compartía sin pestañear.
Por ello decidí volverme a encontrar con ella una última vez. Por los viejos tiempos, pensé. Así, me acerqué una mañana lluviosa a la barra de la cafetería, igual que la primera vez que la vi. Me esperaba, y tanto ella como yo sabíamos que eso era una despedida. Con un esfuerzo, me obligué a mirar al camarero y pedirle que me la acercara:

-Deme una palmera de chocolate, por favor.


RETO




-Me temo que no, seria demasiado sencillo y siempre me pareció de perdedores. Para cualquiera de mi edad, sois demasiado predecibles y fáciles de manipular. Se os convence con técnicas básicas porque en vuestra inseguridad y ganas de experimentarlo todo están todas las herramientas necesarias: basta con ser alguien seguro, algo chulesco y decidido. Y así no hay reto.-

Con una sonrisa, me di la vuelta y me alejé, dejando plantada a la "tía buena" de clase: Laura. Uno se siente poderoso cuando hace algo así, y reconozco que mi ego creció ligeramente a medida que me alejaba de su cara sorprendida. Ella, desde luego, no se esperaba esa respuesta, aunque he de reconocer que había sido completamente sincero con ella. 

Y es que, con casi seis años más que ella, había un abismo entre ambos. Ella acababa de entrar en primero de Sociología, y yo estaba en su mismo curso... pero era mi segunda carrera. Mi Licenciatura en Periodismo, y las experiencias que la acompañaban en cuanto a aprendizaje, maduración, y demás... bueno, eran de otra escala por completo. 



Los años fueron pasando entre clases, trabajos y fiestas. Nunca perdimos del todo el contacto, ya que siempre teníamos alguna asignatura en común, pero tampoco nos movíamos en los mismos círculos. Manteníamos la clásica relación cordial de compañeros. Ella tuvo un novio y luego otro; yo tuve una novia que me dejó tras dos años, y muchos rollos aquí y allá. Todo avanzaba según uno esperaría. 

Y, ante mis ojos (y los de cualquiera que la viese pasar con su suave movimiento de caderas), ella se transformó lentamente de la niña guapa a una mujer en el sentido pleno de la palabra. ¡Y menuda mujer! Sexy sería la palabra que la describiese, aunque quizás los americanos elegirían hot: una cascada de ideas castañas enmarcaban una cara ovalada y delicada, dulce y sensual, que miraba desde dos pozos de inteligencia pardos a juego con su pelo. Su cuerpo estaba cargado de las curvas justas para ser inmejorable, que se encargaba de ensalzar como Marx a la clase obrera, pero siempre sin mostrar, simplemente sugiriendo y animando a la imaginación. Y sus movimientos eran suaves y felinos, cargados de esa sensualidad que sólo tiene aquel que no necesita esforzarse ni fuerza los gestos sino que le sale de modo natural. Y, si por fuera era espectacular, era su interior lo que más brillaba: juguetona, inteligente, carismática, modesta... ¡una entre un millón!

Cuando me di cuenta de que me gustaba, decidí que no iba a dejar pasar el último año juntos sin intentar tener algo con ella. Además, con mis años de ventaja, ¡seguro que sería fácil! Bastaría con apretar las cuatro piezas clave, y ella caería rendida a mis pies. 



Así que un día que la vi paseando por los pasillos de la facultad me aproximé por detrás y directamente la abracé. No me apreté, tampoco era plan, pero sí que le hablé al oído con voz firme y sensual.

-¿A dónde va la chica guapa de la facultad?-

Mis palabras atravesaron la breve distancia que separaba mis labios de su orejita pequeña y suave, donde un pendiente dorado con forma de luna brillaba levemente. Podía notar el leve calor de su cuerpo, el olor a champú suave de su pelo, el suave roce de la tela de su camiseta...

-A reprografía, y si crees que con esto vas a conseguir algo, te equivocas mucho.-

Y, con un suave giro de cadera se desprendió de mis brazos, me sonrió con sexy ironía, y se alejó delante mía. No me había dado tiempo ni siquiera a mirarle el espectacular canalillo que se le marcaba mientras se marchaba por el pasillo, dejándome de piedra en el sitio. 

Intenté técnicas tan sofisticadas como esa un par de veces más, lo reconozco, y lo que conseguí fue siempre una sonrisa pícara cargada de ironía, y un firme "no". 

-Lo siento, pero esta pequeña ya se aburrió y aprendió las técnicas de los maestros de la seducción como tú- me dijo la última vez, mientras se alejaba, tras darme una suave palmadita en la cara como quien regaña a un niño.



Con cada negativa, Laura me gustaba más, porque dejaba ver pequeños trocitos de su mente brillante y segura de si misma. Así que pasé al segundo plan: recolección de información. Lo que le gustaba, que no tenía pareja, cosas así. Era increíble que, tras cuatro años de clase juntos, supiese tan poco sobre ella. 

Así que pregunté entre la gente de clase, con suavidad y sutileza, intentando que no se notase mi interés por ella ya que no quería que se diese cuenta de que sus dos almendras brillantes me hechizaban cada vez que nuestras miradas se cruzaban. Bueno, eso cuando no me sentía completamente arrebatado por cualquiera de sus otras poderosas argumentaciones, como sus pechazos firmes y redondos, o la suave curvatura que sus pantalones hacían a la altura de su culo. 

Fue preguntando como me enteré de que su grupo favorito era Supertramp, y su película favorita El Hundimiento. Que le gustaba el rojo, y que escribía en un blog que nadie de la facultad conseguía encontrar en Internet, ya que ella lo mantenía celosamente escondido. Ya sabía de sobra de sus buenas notas a lo largo de la carrera, pero no sabía que desde el año anterior trabajaba como becaria en uno de los departamentos de la facultad. Ni que se pirraba por el sushi.

Ya con esta información en la mano, y mucha otra, fue cuando decidí dar el siguiente paso: fase tres del plan, organizar una "salida de clase". Así que fui hablando con los compañeros de clase, y que ellos invitasen a quienes quisiesen. La excusa era que habíamos vuelto de las vacaciones de navidad, y teníamos que aprovechar los últimos meses juntos antes de que se acabase la carrera. El miedo al final, los nervios e inseguridades que este produce, eran perfectos para conseguir convencer a todos. 

Eso si, nunca le dije nada a Laura de la salida. Había plantado las piezas para que se enterase a través de otros, pero no quería que lo supiese por mi parte, pensando así que me tenía en sus manos. Eso claramente no valdría para ligar con ella. 

Así que los reuní a todos en mi bar favorito, uno donde ponen música de rock clásico a un volumen aceptable, donde bailar, beber y reírse juntos. Como era temprano, el local aún no estaba muy lleno cuando llegué, y me junté con los pocos que habían llegado antes que yo. Estábamos bebiendo una copa, saludando a los que iban llegando con sonrisas y abrazos, con esa típica efusividad que por alguna razón sólo se da cuando se sale de fiesta, aunque luego vayas a ver a esas personas todos los días en clase; bueno, pues en eso estábamos cuando de pronto llega ella, tal y como esperaba: una camiseta roja ceñida del The Wall de Pink Floyd que le marcaba su generoso pecho y dejaba sus hombros descubiertos al estar sostenida sólo por dos finas tiras; una minifalda vaquera por la mitad de los muslos que dejaba disfrutar de la vista de sus preciosas piernas enfundadas en medias color carne, y un bolsito negro pequeño donde llevaba sus cosas. La verdad es que me sorprendía que no tuviese frío con esa ropa, pero por lo visto había venido en taxi y pensaba irse de la misma forma. ¡Suerte del taxista que la llevase! Ella fue saludando uno por uno, beso a las chicas y dando la mano a los chicos, y cuando llegó mi turno necesité hacer el acopio de todo mi valor para no mostrar nerviosismo ni sorpresa ni nada. Lo conseguí, aunque tampoco es que Laura se parase mucho antes de ir a saludar al siguiente. ¡Y yo que esperaba poder charlar con ella! Pues nada, un chasco. 

He de reconocer que esa noche no conseguí nada, salvo llevarme un calentón de tres pares de cojones. Y es que verla charlando tranquilamente, riéndose y sonriendo era mucho... ¡pero verla bailar y menear las caderas suavemente en la pista era una locura! ¿Cómo podía ser tan increíblemente sexy incluso cuando lo que estaba haciendo era el payaso al ritmo de Born to be Wild? No hablemos de cuando sonó You Can Leave Your Hat On, donde la potente y tentadora voz de Joe Cocker fue incapaz de siquiera hacerse oír por encima del tronar en mis oídos de mis propios latidos al verla moverse cadenciosamente de un lado a otro. ¡Ni Afrodita misma podría bailar así de bien! 

Pese a mi calentón, y que ella pasaba la mayor parte del tiempo con la gente que más conocía, la noche fue genial. Todos nos reímos un montón, contamos batallitas de las navidades, recordamos los momentos embarazosos con los profesores... y alguno y alguna incluso tuvieron más suerte que yo, y acabaron enrollados entre si. Al final, si conseguí hablar algunos ratos con Laura, aunque siempre en grupos más amplios, lo cual me permitió dejar caer alguna de las perlas que sabía que a ella le encantaría oir, como mi afición por el sushi (ojo, que no miento, ¡mira que está rico el endiablado!).



Esa noche no pasó nada más, pero como el plan fue un éxito para todos, decidimos repetirlo dos semanas después. Yo sabía que de esa noche no pasaba, que ella caía fijo... y apareció cogida del brazo de un chico. ¡Maldito cabrón con suerte! Bailamos, charlamos, nos divertimos, pero cada vez que el rubio le daba un beso me llevaban los demonios. Y no fueron pocas veces... 

Y, para joderse, ella claramente besaba de puta madre... 

Pero aún así fue divertido, y salir en grupo se convirtió en una tradición. Laura y su rubio estuvieron saliendo un mes antes de cortar, según supe porque él la atosigaba mucho y ella quería su espacio vital; sin embargo, las malas lenguas decían que él era un machista y que ella lo había puesto en su sitio. Sea como fuera, ella volvió a salir con nosotros sola, y yo aproveché el alcohol y las risas para irme acercando poco a poco. Jueves tras jueves conseguía enganchar alguna conversación con ella, y mientras me perdía en como ella mordía la pajita o en el brillo de sus ojazos, siempre acabábamos encontrando algún tema interesante del que charlar, que nos motivaba a ambos.

Incluso el 8 de Febrero, en la cuarta salida del grupo, ella bailó conmigo bastante pegados. No me tiraré flores, ya que no bailó sólo conmigo a lo largo de la noche, pero ser uno de los elegidos ya era mucho. Notaba cada vez más la cercanía entre ambos, y saber que era capaz de hacerla reír incluso cuando me meneaba en la pista (porque, tras tres rones con cola dudo que se pueda llamar a lo que hago bailar) era mucho. Y sentir sus brazos alrededor de mi cuello, el roce casual y ocasional de sus pechos contra mi, o de sus rodillas al hacer algún movimiento... bueno, me tenían al borde del descontrol, y me gustaría creer que a ella también, aunque siempre se alejaba antes de que nos pudiésemos acercar a la barrera donde pasase algo de verdad. 


Así que decidí que de la semana siguiente no pasaba. ¡Laura y yo acabaríamos juntos! Sin embargo, el Destino es un cabrón, y justo ese miércoles vino a la ciudad Anita. 

Anita es el amor de mi vida: mi hermanastra pequeña que, con sus 15 recién cumplidos, es un sol: vivaracha, encantadora, inteligente... La quiero con locura, con el amor de un verdadero hermano mayor hacia su hermana pequeña, aunque sólo compartamos la mitad de la sangre. La consiento sus caprichos, vamos al cine juntos, charlamos de los chicos que la gustan o de sus problemas en el instituto, le dejo "música de viejos" para culturizarla mientras me bombardea con horrores como Justin Bieber (de hecho, si no la quisiese tanto, la habría estrangulado después de que me pusiese su insoportable Boyfriend). 

Pero necesitaba pensar algo, porque no podía dejar pasar ese jueves en que todo estaba a puntito de caramelo con Laura. Así que convencí a Anita para que se viniera con nosotros. Sabía que salir con un grupo de universitarios le encantaría y daría historias para presumir con sus amigas del insti, además de que me permitiría enseñarle a beber y que no se pillase las tremendas mierdas que todos hemos pillado a su edad. Malvado de mi, además conseguí que aceptase pretender que estábamos tonteando (aunque la muy cabrona me sacó la historia de Laura entera a cambio, y que la invitase a la bebida por la noche, pero por Anita lo que sea...). 

Ese toque de ironía y demás debería servir para que Laura se sorprendiese y se enfadase, y darme la herramienta necesaria para arrancarla un beso de los de verdad usando sus celos. ¡Plan malévolo en marcha!



Entramos cogidos de la cintura y todos nos miraron sorprendidos. Fui presentando a Ana a todos, y ella encantada de salir con nosotros les iba dando besos con los ojos brillantes. Cuando le llegó el turno a Laura, esta la recibió encantadora con una sonrisa y dos besos. 

¿¡Cómo!? ¿No se picaba ni se celaba? ¿¡Qué demonios!? 

La pequeña se integró rápidamente en el grupo y se puso a bailar, charlar y pasárselo bien. Yo ocasionalmente, la cogía por la cintura y demás para mantener la fachada, pero sólo le sacaba una sonrisa irónica a Laura. ¡Y que sonrisa! Fue hacia medianoche que, cuando cuadramos solos, ella me dijo:

-Puedes dejar de pretender lo que no es, claramente no hay esa química entre vosotros dos, y tiene tus mismos ojos- y me dio un par de palmaditas en la cara antes de irse a la barra a por una copa.

Me quedé de piedra. Una vez más, había desarmado mis planes e ideas como si fueran castillos de cartas al viento. ¿Cómo podía leerme con tanta facilidad? Me quedé viendo el vaivén hipnótico de sus caderas a medida que se colaba entre la gente hacia la camarera del local de salsa donde habíamos salido aquel jueves. 

El resto de la velada fue genial, pero Anita y yo ya no fingimos, sino que nos centramos en pasarlo bien. Ella acabó borracha, pero menos que de otra forma, y me gusta creer que conseguí que aprendiera algo acerca de los límites de lo que puede o no beber. Y Laura se rió de mi todo lo que quiso y más a lo largo de la noche, con lindezas de doble sentido. ¡Que cabrona! 



Para entonces se acercaban los exámenes de Febrero. Y, con ello, se cancelaron las salidas. He de reconocer que soy "un jodido genio", así que dejé todo para última hora... como siempre. No es que sea mal estudiante, que para nada, sólo que me sobre valoro. Y como tengo hábito de estudio y método, así como muchos conocimientos de cuando estudié Periodismo, pues salgo adelante pese a ello y no aprendo a organizarme. Así que cuando llegan los exámenes mis días se convierten en sucesiones de horas desperdiciadas sin hacer nada, y otras de locura en que tengo que estudiar todo lo que no he hecho hasta entonces. 

Sin embargo, incluso en los días en que más estresado estoy y llevo catorce horas en la biblioteca, me tomo el tiempo que haga falta para explicarles a mis compañeros las cosas que ellos no entiendan, en debatir con ellos los apuntes, y demás. Es algo que me ayuda a aprender, la verdad, y además me hace ser el tío más molón de clase. Bueno, quizás no, pero me hace sentir bien saber que ayudo a la gente que aprecio, y eso es suficiente. 

Fue en uno de esos días estresantes en que Laura se me acercó directa y decidida. Yo estaba saliendo de clase y me paré ante ella con una sonrisa, sorprendido de que viniese hacia mi ya que normalmente ella estudia sola. Sin embargo, en silencio, se puso de puntillas y me dio un pico suave y dulce.

-Eres tonto.-

Y se fue. Como el viento. Dejándome de piedra. Y con el tacto de sus labios grabados a fuego en los míos.

Cuando la vi en el intercambio de clases, me aproximé raudo a ella esperando alguna explicación. Pero no me la dio, ni a la siguiente, ni la de después. Dos días después la arrinconé en la escalera, y le pregunté a bocajarro por el beso.

-Pues eso, que eres tonto. Mira que das vueltas para las cosas sencillas y haces las cosas complejas fáciles. Y para no alargarlo innecesariamente, te he animado.-

Se quedó mirándome con una sonrisa tranquila, deliciosa, mientras yo procesaba sus palabras. Y, a medida que las procesaba, la distancia entre ambos se reducía, hasta que el sabor del cacao de sus labios llegó a los míos. Un beso, otro, una lengua que decide explorar territorios desconocidos, un abrazo que se cierra. Y, cuando quisimos saberlo, nos estábamos besando con todo. Desde luego, confirmaba sin dudas que besaba de puta madre. Mis manos descendieron a sus caderas sinuosas, mientras comenzaba a besar suavemente su cuello y ella dejaba escapar un suave suspiro. 

-¡Vamos!- dijo ella con la voz ronca por la excitación, mientras me tomaba de la mano. 

Con rapidez, subimos a los baños del último piso aprovechando que la gente entraba a clase para preguntar las últimas dudas. No era el lugar más elegante, es cierto, pero necesitábamos sentirnos el uno contra el otro sin molesta ropa de por medio. Su camiseta voló nada más cruzar la puerta, la mía se decidió por el puenting sin cuerda; sus pantalones descendieron a rappel a través de las engañosas curvas de sus piernas, los míos hicieron espeleología. Y, cuando nos dimos cuenta, nos parecíamos a Adán y Eva pero sin hoja de parra. 

Me quedé mirándola unos segundos: sus pechos se movían acompasados con sus respiración acelerada, hinchándose como frutas maduras listas para la recolección. Su pubis estaba cuidadosamente recortado, de forma que quedaba un mechoncito suave y breve. Su vientre era plano como una tabla de planchar, con un pequeño piercing dorado en el ombligo del que colgaba un smiley que se movía acompasado con ella. Sus ojos me devoraban igualmente, hasta que los pocos segundos de separación se hicieron insoportables y volvimos a abrazarnos y enredar nuestras lenguas. ¡Su saliva era de fuego! 

La subí sobre uno de los lavabos que estaban limpios (¡benditos baños de chicas!) y nos apresuramos a fundirnos en un ser. No había tiempo que perder, ya llevábamos años de retraso. La levanté de sus glúteos duros y firmes y, con dificultad, la fui colocando más cerca del borde. ¡Que olor desprendía desde abajo! Como néctar, o como una dosis de viagra, consiguió que mi pene se endureciese aún más, hasta resultar casi doloroso. ¡Y me llamaba!

Así que no pude negarme a su reclamo y, con dolor en el alma, tuve que romper nuestro beso. Con una mirada cómplice y tentadora, comencé a descender por su cuello firme, por encima de las clavículas y de sus tersos pechos... besando, acariciando, lamiendo. Los pezones salieron a mi encuentro y pronto estaba succionándolos como si no hubiese un mañana. Podía sentirlos endurecerse entre mis labios y dientes, a medida que la sangre los llenaba y se volvían más rojos. Y, cuando parecían a punto de explotar, los abandoné y continué descendiendo suavemente por su tripita, dejando un rastro de saliva allá por donde mi lengua había explorado el camino hasta su cueva inferior. 

La cual, sin sorpresas para nadie, devoré como si no hubiese comido en toda la semana. Primero jugué por los alrededores, arrancándola una sonrisa entre frustrada y apasionada que me calentó tanto que el mismo Infierno a mi lado parecería una nevera. Así que jugué, tentándola suavemente, sin decidirme a ir a por el plato principal hasta que ella me guió hasta él con sus manos y me encerró con sus piernas para que no pudiese escapar. ¡Como si pudiese querer huir de tan dulce prisión! Lamí, besé, succioné, legüeteé su clítoris... e infinidad de cosas más para las que no tengo palabras adecuadas, mientras ella suspiraba encima de mi, mirándome con sus ojos brillosos por el placer. Su espalda se fue arqueando, sus ojos se clavaron en el neón que iluminaba el lugar, y sus hombros chocaron con el espejo lentamente, como si de un vals de placer se tratase... y llegó a su orgasmo. Silencioso, apasionado, cargado de energía. 

Dejé que se repusiese besando con suavidad sus pantorillas, perfilando sus músculos firmes y su piel aterciopelada, y finalmente subiendo de nuevo al encuentro con su boca que me recibió ansiosa por compartir sus néctares y compensarme por el placer que le había dado. No fue un beso, fue un mordisco, y otro, de labios que no se desean sino que directamente se necesitan. Manos que se reconocen, miradas cómplices. Devoré su cuello como si no hubiera lugar más sacrosanto en el mundo, y sus pechos encajaron en mis manos como si estuviesen moldeados para ellas, mientras me preparaba para penetrarla. Me recibió con una sonrisa, que sellé con un beso cuando desapareció nuestra individualidad. Y, como si quisiésemos recuperar los años perdidos, nos entregamos completamente el uno al otro.

No fui brusco, porque aunque mis músculos me pidiesen acelerar a cada minuto, no quería que aquello acabase. Pero tampoco fue un polvo suave de película romántica. No, fue firme, acompasado, profundo. Exploraba su interior como si Teseo quisiese recorrer el laberinto en busca de un placentero minotauro. Un laberinto húmedo, cálido, que parecía querer retenerme cuando me tocaba alejarme. 

Los minutos fueron pasando en tan placentero ejercicio, aunque ambos ignorábamos al tiempo, perdidos el uno en el otro. Y, finalmente, con un beso que sellaba nuestros labios, nos corrimos, primero yo y poco después ella. 

Quedamos abrazados, con sólo el ruido de nuestra respiración acompasada para romper el silencio del baño. Y estallamos en risas. La abracé con más fuerza y, durante una eternidad, permanecimos así, el uno en brazos del otro, como si no existiese el mundo más allá de la puerta.

-Tonto- dijo, cariñosamente, con una sonrisa, mientras acurrucaba su cabeza en mi hombro - . ¿Ha sido esto suficiente reto así para tener tu interés?-

Y se rió, con su risa cristalina y deliciosa. 



Ahora se acercan los exámenes de Junio, con los que ambos esperamos Licenciarnos. Seguimos juntos desde entonces, y no hay día que pase que no de gracias por ello. ¿A dónde llegará esto? No lo se, pero han sido los mejores meses de mi vida, y la mejor despedida posible para la Facultad. 

Y siempre que voy de camino a la facu o a quedar con ella, no puedo dejar de poner a Supertramp en el móvil, y su "Give a Little Bit".

Costan Sequeiros

ME ENCANTAN LOS DÍAS DE LLUVIA


Me encantan los días lluviosos. Tal vez parezca raro, pero encuentro en esa  injusta idea generalizada de que los días encapotados y grises irradian depresión algo muy excitante. Las mejores pajas de mi vida han sido en mi cuarto bajo rayos y relámpagos azotando de manera desbocada. El caso es que me corro a litros. Como si cogieses una botella de Leche Pascual, la pusieses en el suelo tumbada y con el tapón flojo, a solo un minúsculo toque de muñeca para desenroscarla del todo, y saltases sobre ella. Una puta y monstruosa erupción blanca que  solo en los días de lluvia puedo conseguir. Y recalco el pequeño detalle de las pajas porque la realidad es que a mis 19 años lo más cerca de tener una experiencia sexual que no implicase pringarme  mi propia mano derecha fue aquella vez en la que estuve apunto de llegar a mamármela yo mismo. No lo conseguí. Soy virgen. Más que María, Lourdes, Fátima y “La Pilarica” juntas. Pero tampoco le doy más vueltas de las debidas. Aunque para ser sincero, hoy sí. Hace cuatro días leí en El Informer de Somosaguas lo siguiente. Es textual: “Al chico de 2º de Ciencias Políticas que suele vestir con vaqueros negros, botas marrones y camisas a cuadros de colores llamativos y que está  todos los días a eso de las 11:00 en la cafetería pidiendo una palmera de chocolate. Que sepas que con gusto me comería “esa palmera” y todo el relleno que tuviese dentro.” En fin, no es por nada, pero en los casi dos años que llevo yendo a la facultad, solo yo visto con vaqueros negros, botas marrones y camisas ridículamente coloridas. Y la palmera de las 11 no me la quita ni el Papa amenazándome con apuñetearme la cara utilizando el Anillo del Pescador a  modo de puño americano. Así que sí, me dí por aludido. De hecho, me dí  tan por aludido que con la erección tan dura que me surgió podría haber partido tablas. Uno será virgen, pero tiene su propia autoestima. Aunque soy consciente de que a pesar de mi fino cuerpo y mi 1,80 de altura, soy más bien feucho o, siendo generoso, del montón. No sé qué podrá haber visto en mí. El caso es que hoy al montarme en el H he vuelto a leer el Informer. Había otro mensaje. Increíble pero cierto: “A mi Grey de las camisas de cuadros coloridas. Qué tal si hoy, en vez de palmera, te metes al cuarto de baño del martillo 2 de la 3º planta?”.  Bueno, esto ya es más serio. Puede ser un troll, varios trolls, o puede ser una erasmus francesa que con la ayuda de una amiga española me quiere follar en la morbosidad de un baño sucio y mal iluminado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de Somosaguas. Y la verdad es que esto supera con creces la autoestima que comentaba antes. Pero tiene que ser una señal. Que hoy el puto cielo esté grisáceo y llorando una fina capa de lluvia tiene que ser una señal. Cómo no iba a perder mi virginidad un día así. Creí que mi primera vez sería en la Casa de Campo, pero esto es mejor. 

Son las 08:40 de la mañana y el H está lleno de mujeres macilentas que tal vez me podrían llamar la atención a eso de las 04:00 de la madrugada de un viernes. Ya he comentado que tampoco soy un  Di Caprio, pero visto el éxito del Informer tal vez me pueda permitir estas licencias. Y eso que yo no soy exigente. El caso es que si esa chica va ahora mismo en el bus en el que voy yo montado, tal vez me replanteé lo de la Casa de Campo. 

 Llego a clase puntual. Un minuto antes de que el profesor de Filosofía Política entre a clase con su vetusto maletín, su gabardina color musgo y su horterísimo sombrero panameño. Estamos con los clásicos, pero ahora mismo no recuerdo si toca teoría o práctica. Solo pienso en las 11 de la mañana y en quién se comerá hoy la “palmera”. Espero que yo no. 

Resulta que es teoría. Maquiavelo ni más ni menos. Dos infumables horas sin receso que se me pasan lentas, pausadas, pero que me recuerdan que los mejores momentos siempre se hacen esperar. A lo largo de la clase mis pensamientos se traducen en pequeñas erecciones breves y espontáneas. No puedo dejar de imaginarme a una extranjera con los pechos firmes, pezones pequeñitos y bien coloridos, piernas largas y atléticas, cara de niña con mayoría de edad recién cumplida y, por qué no, adornada con unas diminutas pequitas. Estoy muy caliente. 

Concluida la clase, rápidamente cojo mi mochila y salgo acelerado al ascensor del hall de la Facultad. Doy a todos los botones de llamada y me meto en el segundo. Estoy solo. Le doy a la 3º planta. Se cierran las puertas y en diez segundos estoy allí arriba. El baño del martillo 2, pienso. Vale, no hay nadie en los pasillos. Esto pinta bien. Con más vergüenza que curiosidad me meto en el baño de caballeros. El de las damas está cerrado. Es un baño amplio, igual que el que hay entre la cafetería y la sala de microondas de la planta baja. Aparentemente no hay nadie dentro. Sin embargo, oigo un tosido dentro de uno de los urinarios. La puerta está cerrada. No sé que hacer, así que me meto en el de al lado y cierro la puerta. Vuelve a toser. Sé que es de una fémina, pero no me atrevo a hacer nada. Estoy dentro del urinario, de pie y mirando hacia la puerta. Pasan unos veinte segundos y sin apenas darme cuenta se abre la puerta del urinario de al lado, se dan tres pasos y se abre la mía. Lo que sucede después es el éxtasis.

Sin articular palabra entra dentro, me coge, nos damos la vuelta y me empotra contra la puerta. Me empieza a besar los labios como si no hubiese un mañana mientras que su mano derecha empieza a palpar mis huevos. Para. Se arrodilla  y me empieza a quitar el cinturón y bajar la cremallera. No llevamos más de medio minuto pero cuando mete la mano se encuentra con que mi polla ya está más que lista. Me la saca de los pantalones, los cuales no me los ha bajado, y empieza a dar lametazos. Como si fuese un polo, su lengua va de abajo a arriba, enfatizando en el frenillo. El gusto es indescriptible. Alterna ese movimiento con una felación al uso, es decir, metiéndosela entera en la boca. Yo la miro a ella con la mandíbula desencajada y ella, desde abajo, me devuelve miradas que valen lo mismo que lo que me está haciendo con su lengua. Tengo la espalda apoyada en la puerta, la palma de la mano derecha en una de las paredes y la palma de la mano izquierda en la otra. No creo que aguante mucho. Finalmente, mientras me mira, se la saca lentamente de la boca para brindarme una pequeña sonrisa. Se levanta y noto como se fija en mi camisa de cuadros rojos. Me la quita rápidamente. No soy capaz de decirla nada. Ene estos momentos  no soy más que un inerte muñeco de látex hiperrealista sujeto a la voluntad de una rubia de ojos verdes. Ella también se quita toda la ropa excepto los pantalones y las bragas, que se las deja por los tobillos. Se da la vuelta, se inclina con las piernas estiradas, tuerce la cabeza y estira el brazo para cogérmela y meterla lentamente por su trasero. Por fin tomo la iniciativa y soy yo quien marca el ritmo de penetración. Se nota muy estrecho ahí dentro, pero es imposible sentir algo mejor. Poco a poco me voy empoderando y la frecuencia de embestida sube. No sé cómo se llama, ni de dónde es. En ninguno de sus gemidos suelta palabra que pueda identificarla como de esta u otra nacionalidad. Además, no estamos utilizando condón. Pero ahí estoy. Penetrando a una tía por detrás como si lo hubiese hecho cien veces. 

Ya no aguanto más. Me voy a correr. Me la saco bruscamente mientras gimo y ella, al darse cuenta, se reclina y apoya su espalda en la parte derecha de mi pecho. Mi polla está en paralelo a la izquierda de su cadera mientras que mi brazo derecho la abraza por la cintura. Ella menea ligeramente su culo sobre mi muslo derecho y se frota los pezones mientras me la mira. Con la zurda me término yo mismo el trabajo y como era de esperar, la eyaculación es monstruosa. Chorros de blanco perfecto salen disparados hacia la pared de enfrente. En total diez disparos. Impresionante. Cuando recupero la fuerza de las piernas y los espasmos en la columna cesan, la miro y ella me besa el labio inferior con un pequeño mordisco incluido. Me dispara una última sonrisa, se viste y se despide con un auf wiedersehen. Y allí me deja a mí. Con los pantalones por los tobillos, la camiseta no sé dónde y varios chorrazos de densa lefa decorando la pared cual pieza artística del festival de Arco. Pero que lo jodan. Ha sido la mejor experiencia de mi puta vida. 

Me encantan los días de lluvia...

Iván  Pérez Hernando   

LA HERMANDAD




Durante siglos, la historia ha sido diseñada por las sociedades secretas. Muchos de estos selectos clubs han surgido para controlar las finanzas, los gobiernos y también las universidades. Nuestra historia comienza en una Universidad española, en concreto en una Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, donde operaba una sociedad secreta llamada el Club Eulogia.

- ¿Vas hacer algo esta tarde? ¿Podríamos ir a estudiar y después ir…no sé, a tomar algo? – preguntó Denise.

- No creo, esta tarde tengo asuntos que atender – respondió con la mirada perdida el joven estudiante.

Nuestro protagonista, era un aplicado estudiante, bastante reservado y a veces abstraído de la realidad. Su compañera de clase, Denise, estudiante de Erasmus era todo un reclamo en la Facultad, de estatura media, rubia y con ojos azules. Una firme candidata a ser portada del Playboy. Él estaba enamorado de ella, pero utilizaba la técnica de hacerse el fuerte para intentar conquistarla.

El nombre del estudiante, se perdió en el olvido, pero le llamaremos por el apodo que recibió en “La Cripta”, Hamlet. Éste había recibido la carta esperada. Desde hacía tiempo se rumoreaba en la Facultad, que en algún aula oculta, se oían extraños ruidos: alaridos inhumanos y gritos ensordecedores. Aquella carta recibida, podía ser el inicio para acercarse a la verdad de la rumorología creciente. La carta era una invitación, con unas instrucciones a seguir, y un título: “Has sido seleccionado para formar parte del Club Eulogia”. Las indicaciones revelaban un plano, donde dentro de la Facultad, había un aula secreta, denominada La Cripta. Hamlet, esa misma noche, se acercó al aula.

Dio dos golpes a la puerta, como indicaban las instrucciones. De repente, se abrieron las puertas. Se respiraba una extraña atmósfera, todo estaba oscuro, y cuando empezó a fijarse en los detalles, dos manos se abalanzaron sobre él, colocándole una capucha negra sobre la cabeza. Sintió como otras manos le agarraban por detrás y era conducido a través de la oscuridad, hasta que llegó a una sala perfectamente iluminada, en donde le quitaron la capucha. Allí, vio como había más gente como él, estudiantes que estaban siendo iniciados, y delante de todos la tétrica figura del Maestro de Ceremonias. Vestido con un hábito rojo, portando una espada y llevando puesta una máscara de una calavera. No se le veía la cara.

- ¡Bienvenidos a La Cripta! ¡Bienvenidos al Club de Eulogia! – gritó  el maestro de ceremonias agitando la espada – Por estos muros han pasado presidentes, senadores, benefactores de las artes y de las ciencias. Somos la sociedad secreta más antigua de esta Universidad. Sí os sometéis a nosotros, formaréis parte de élite dentro de la élite del país.

La iniciación continuaba, pero esta vez ya no era grupal, varios miembros del Club llevaron a Hamlet a una habitación dentro de La Cripta. Era oscura, a pesar de estar iluminada por varias velas, pudo observar un par de sillas, armaduras de la Edad Media, y en la mitad de la sala, se encontraba un ataúd. Rápidamente le despojaron de su ropa dejándole desnudo. Tenía bastante frío y estaba asustado, hasta que recibió la siguiente orden del Maestro de Ceremonias: “Túmbate en el ataúd, y cuéntanos tu mayor secreto. No saldrá de estas paredes”. Obedeció la orden. “¿Contarían su mayor secreto?” pensaba intranquilo, hasta que de repente se acercó alguien al ataúd. Seguía desnudo dentro del féretro, y pudo ver como una figura femenina que se iba quitando la ropa se metía dentro del ataúd. Era una mujer que llevaba puesta una especie de máscara veneciana en la cara, no parecía ser joven, sino más bien de edad madura.

- ¿Así que este es uno de los aspirantes, no? – preguntó la mujer, a la que llamaban La Maestra- Veamos hasta donde llegan sus límites. La Maestra le agarró el miembro viril a Hamlet, agitándolo fuertemente hasta que comenzó a violar al futuro miembro del Club. Tal escena era contemplada por los miembros de la hermandad, que se mostraban impasibles. Los orgasmos de La Maestra llegaban a hacer eco en la habitación.

- Ha superado la prueba – confirmó La Maestra. Seguidamente los miembros del Club de Eulogia levantaron a Hamlet, que se encontraba mareado y pudo escuchar su bautismo

- ¡Enhorabuena, has pasado la prueba! Has sido iniciado. Tu nombre en nuestra hermandad será Hamlet. ¡Ya formas parte del establishment! – sentenció el Maestro de Ceremonias, quien cerró el ritual levantando el brazo y haciendo el saludo fascista. Hamlet no sabía en aquel momento, que la hermandad le reclamaría.

Semanas después del rito, Hamlet, fue avisado de que tenía que ir a La Cripta, el Club quería algo de él. Entro en la habitación donde fue iniciado, donde estaba su Maestro de Ceremonias, cuyo nombre en  la hermandad era Magog

- ¡Hamlet! – exclamó – Tenemos un problema. No sé si has visto las noticias, pero me imagino que te has enterado de lo que está diciendo un estudiante de la Facultad, un alborotador argentino. Es un jodido comunista de mierda. Ha dicho que hay una entidad secreta que opera en la vida universitaria. Ese cabrón puede enterarse de cosas que no conviene que se sepan, puede poner en peligro nuestros negocios. Nuestro club, no se mantiene solo con las donaciones de senadores y banqueros millonarios. Tenemos nuestros negocios, como el tráfico de drogas, de armas o de esclavas sexuales. Ese bastardo puede poner en peligro todo. Hamlet, te pido que cómo muestra de lealtad, le des un pequeño susto a ese maldito hijo de puta.

- ¿Un susto? – preguntó Hamlet- ¿Cómo que un susto?

- Los obreros de la Facultad nos han dado cierta información. ¡Es increíble lo que sueltan por un poco de coca y un par de putas sidosas! El argentino parece que tiene una amiguita con la que se “divierte” en los nidos del águila. Ve allí cuando te den la señal y grábalo o algo, dale un susto, lo que sea.  Y sobre todo, trae a la chica a La Cripta.

Hamlet caminaba por el pasillo dirección al nido del águila. Cruzaba los despachos de los profesores, de donde salían gritos orgásmicos femeninos, quizás alguna alumna que quería subir nota. Mientras tanto, se preguntaba sobre Magog, sabía que era un loco del espionaje, un fanático de la cultura militar, tenía fama de excéntrico y de ser un fascista. ¿Se podría confiar en él?

Pero no había tiempo para responder, pues llegó al nido del águila, donde vio a la presa, al argentino, y para desgracia de Hamlet, el estudiante procedente de la Patagonia estaba en pleno acto con Denise, la chica de la cual estaba enamorado. Hamlet comenzó a respirar fuertemente, la ira se apoderó de él, sin mediar palabra se abalanzó sobre el argentino, a quién empezó a golpear y finalmente estranguló. Después, su mirada se dirigió al aterrado rostro de Denise, se acercó a ella y la golpeó dejándola inconsciente.

- ¡Aquí está la chica! – gritó Hamlet cuando llegó a La Cripta – He...he…he matado al argentino.

- ¿Qué? – preguntó Magog – ¡Eso es fantástico! No te preocupes por si te van a detener o algo, no desharemos del cadáver, además la Policía está de nuestra parte. Mira, tranquilo, nos has hecho un gran favor, y te lo has hecho a ti mismo. Ese cabrón estaba jodiendo nuestra hermandad, y se estaba jodiendo a tu amada. ¡Nos estaba jodiendo a los dos!

- He matado a una persona – replicó Hamlet.

- Bueno, bueno. Dejemos de irnos por los mismos derroteros moralistas de siempre. A veces se necesitan a los hombres más limpios para las misiones más sucias. Has sido leal al Club de Eulogia, Hamlet. El poder que vas a obtener estando con nosotros no iba a ser gratis. Pero creo que lo has ganado. Umm, te veo un poco alterado, porque no metes a la chica en el ataúd y te relajas con ella.

- ¿Cómo? –  preguntó asustado Hamlet.

- Viola a la chica. Lo estás deseando, deseas hacerlo desde hace tiempo – ordenó Magog.

Hamlet apenas pensaba por sí mismo, parecía que le habían lavado el cerebro. Asustado, nervioso y mirando al cuerpo inconsciente de Denise, sus instintos más primarios florecieron. Se acercó al féretro, metió a la chica dentro y seguidamente, comenzó a violarla. Era una nueva sensación, se sentía fatal, pero no podía parar de hacerlo, esbozaba una mueca de locura mientras acariciaba sus turgentes senos, su corazón latía cada vez más rápido. Sentía la respiración de Denise, que aún permanecía casi inconsciente, no paraba de abrazarla, igual un intento de redimirse de tal acto. Era una mezcla de placer y locura. Y así siguió toda la noche…

- ¿Dónde está Denise? – preguntó Hamlet a Magog. Se había acercado días después de la violación a La Cripta - ¡Contesta Magog! ¡Hace días que no la veo! ¿Qué habéis hecho con ella?

- Ey ey ey, muchacho. ¿A qué vienen esos gritos? Relájate. Nadie ha hecho nada a esa chica menos tú, Hamlet. Tú sí que le has hecho algo, ¿verdad?

- ¡Sois de lo peor! ¡Me dais asco! Desde que entré en este sitio no paro de vomitar. ¡Os odio! ¡Mira lo qué me habéis hecho hacer! He matado a una persona y he violado a otra. ¡Voy a informar a todo el mundo de este repugnante lugar!

- ¡Oh vamos! ¡Venga! Adelante, denuncia este sitio, y acabarás en el cárcel por asesinato y violación. Nosotros te estamos protegiendo, Hamlet. ¿Vas a traicionarnos? Te recuerdo que hiciste un juramento, si lo incumples, acabarás muerto – sentenció Magog furiosamente.

- Hacer lo que queráis, pero si caigo yo, caéis todo.

Hamlet salió corriendo de La Cripta. Había traicionado al Club de Eulogia, no tenía ni la menor idea de lo que había hecho.

Pasaron los días. Hamlet no tenía noticias ni de Denise ni de Magog. Bajó al portal de su casa, pero antes fue a mirar el buzón. Había un sobre, lo abrió, cayeron varias fotografías, se agachó a recogerlas y su cara se quedó blanca. Las imágenes mostraban como Magog violaba a Denise en el ataúd y después la asesinaba.

- Las imágenes son dignas de un Museo, ¿verdad? – dijo La Maestra. Había entrado en el portal en el momento justo cuando Hamlet había visto las fotos – Y creerme que habías pasado la prueba. ¡Qué desilusión! No me digas que los orgasmos que me produjiste fueron en vano.

- ¡No puede ser! – exclamó Hamlet. De repente, emergió la figura de Magog

- ¿Sabes qué, Hamlet? Denise no paraba de gemir como una puta cuando la violaba una y otra vez. ¿Qué hacemos con él, Maestra? – La Maestra movió la cabeza como diciendo un sí.

- Eres un vulnerable cabrón, Hamlet – sentenció Magog sacando una pistola con silenciador de su chaqueta – Saluda a Denise de mi parte.
          
          El silenció se apoderó del portal. En el suelo, yacía el cuerpo sin vida de un estudiante, que quiso adentrarse en lo más profundo del poder en la sombra. Todo se oscureció, su nombre y su historia se perdieron en el olvido.

S. H.


MÁSCARAS Y VIOLONCHELOS




Con los codos apoyados sobre la mesa intento sujetarme la cabeza para que el sueño no venza la atención que intento prestar a la clase del profesor. Empieza a repetirse, a poner demasiados ejemplos y a hablar con circunloquios porque no sabe cómo rellenar la hora restante. Estoy cansada, mi mente se dispersa, y mis ojos ahora se distraen mirando, a través de las ventanas, el baile de las hojas otoñales al caer de los frondosos árboles que atraviesan el jardín de la antigua facultad.

Me recuerdan al color y al movimiento lento del inicio de un baile de máscaras victorianas, mientras que en mi cabeza suenan suaves y vibrantes violines que lo acompañan.

Me encuentro fuera de mi clase, en los tenues pasillos del edificio, y paso bajo cada uno de los arcos góticos que lo decoran. Todo parece transformarse a mi paso, viendo a cada una de las personas con largos vestidos y trajes color ocre, marrón, crema, negro; cintas, encajes y volantes rojos en los peinados y en las chaquetas; y máscaras…

Pero yo soy la única persona que lleva el rostro al descubierto.

Bajo al salón principal, donde ahora hay y suena una orquesta de violines y violonchelos con armónicos de flautas de fondo. Me mezclo entre la multitud allí presente. Al ritmo lento de la melodía, los invitados deslizan suavemente sus manos sobre sus cuellos, hombros y brazos desnudos, haciendo sensuales recorridos. Y también sobre el cuerpo de sus acompañantes y de los que pasan cerca de ellos.

Noto el calor de una mano sobre mi cintura y otra sobre una de mis manos, que me guían a una danza de giros y vueltas acompañada ahora de una intensa orquesta. La máscara negra de mi acompañante me impide verle el rostro completo, pero la mirada de sus ojos, sus labios carnosos, el timbre y sensualidad de su voz, la firmeza con la que me sujeta me hace perder todo el aliento en un suspiro. Continua la danza, y el vuelo de los vestidos ondean por todo el salón en cada ligera vuelta, y la grácil y coordinada coreografía envuelve el lugar.

Miro a mi acompañante, y su mano que antes agarraba mi cintura, ahora sujeta la parte más alta de mi espalda haciendo que me acerque más y más a él.

Me susurra sensuales palabras al oído que estremecen mi cuerpo, y lentamente acerca su boca a mi mano, recorre mi brazo entero y poco a poco inclina levemente mi cuerpo hacia atrás, llegando con sus labios a mí encorsetado pecho. Sube hacia arriba recorriendo mi cuello con su boca, y siento como ya estoy a merced del intenso calor de mi cuerpo. Mis mejillas y mi pecho arden, mi corazón palpita más deprisa a cada movimiento que hace, revolucionándolo por completo. La orquesta no deja de tocar, y los tambores y platillos hacen su imponente aparición y siento como si el resto de personas bailaran en torno a nosotros, como si adornaran y acompañaran nuestro baile.

Nuestros perfumes se mezclan, nuestra nariz y nuestros labios levemente se rozan a cada movimiento que nos hace dejarnos llevar. Mis ojos se cierran y se aferran a su pecho ferviente, haciendo que salte algún que otro botón de su fina camisa; mientras que su mano ahora se desliza por mi mejilla, mi pecho jadeante, mi cintura, mi vientre, mis ardientes muslos…

No puedo evitar soltar un débil jadeo, y mi cuerpo ya no responde como debería. Decido acercarme a su oído, apartar suavemente el pelo detrás se su oreja, y susurrarle muy cerca:

- Escapémonos… -


Y sonríe…

Cojo su mano y me abro paso entre la multitud, intentado no cruzarme en los movimientos de la gente, mientras guio al joven enmascarado detrás de mí, pero me dan algún pisotón o me enganchan la ropa por el camino. Conseguimos apartarnos y salir por una de las puertas laterales.

Andamos por los pasillos, pero en realidad no se hacia dónde voy, solo camino sin saber muy bien que estoy buscando exactamente, tengo la esperanza que aparezca ante mi sin previo aviso. De vez en cuando aparece gente, una chica corre entre agudas risitas mientras, lo que parece ser su acompañante, intenta alcanzarla; otros están quietos contra la pared; dos entran aferrándose el uno al otro en lo que creía que antes era una de mis clases, y algunos entran de tres en tres. Entonces me detengo, y delante de mis ojos veo una gran puerta con unos marcos gruesos y delicados grabados. Es la biblioteca, un lugar ahora vacío y aparentemente parece cerrado. Pero no… no está cerrado, y entramos.

La biblioteca es totalmente diferente a como era antes, enormes estanterías con largas escaleras, candelabros en los pilares, mesas de madera con finos relieves, y un olor a libros recién entintados, pero sobretodo más oscura y apagada de lo habitual. Solo algunos rallos de luna lo iluminan tenuemente. Mientras observo todo ello con enajenación, él ha cogido y extendido unas velas por la mesa central.

Me tiende su mano para hacer señal de que me acerque, y me aproximo hacia él, pero estúpidamente tropiezo, y al caer y levantar mi cabeza veo que mi vestido está un poco rasgado en su base. Es posible que se hiciera en uno de los traspiés que hice al salir del salón. Entonces él se acerca, se agacha, y acaricia el tobillo que asoma por el roto, pero se ve que no he sufrido daño alguno. Coge cuidadosamente la tela, y empieza a abrirla poco a poco, mientras el rasgado va dejando desnudas mis piernas… mis rodillas…y se detiene, para que con un tirón rápido mis muslos también quedaran al descubierto.

Me pone de pie con un fuerte y rápido movimiento, apoyando mis brazos aprisionados sobre su torso. Su mirada es penetrante, sus movimientos son fogosos y el ambiente ardiente. Mi cuerpo no responde, solo arde y se excita. Arde de deseo.

Con un vertiginoso movimiento, me tumba sobre la mesa, se abalanza sobre mí, sobre mi cuello, mis mejillas, mis labios. Una de mis manos está aprisionada bajo la suya, mientras que la otra se aferra a su espalda. Luego empieza a bajar por el cuello, lame el relieve de mis pechos, quita los corchetes de mi corsé, los acaricia, los muerde…. No dejo de jadear y extender el cuello para coger aire. Su lengua ahora recorre el centro de mi torso; sigue bajando. Sus manos ahora sujetan mis muslos, sigue bajando hasta mí vientre; cojo aire. Una de mis manos agarra su cabello, y una de las suyas empieza a subir sobre mis muslos, mientras que su lengua baja… mis piernas se tensan, mis manos se aprietan, mis ojos se cierran fuertemente y el aire escapa intensamente de mis pulmones pre.. preparÁNDOSE PARA

El alboroto de la clase me despierta y miro con enajenación. Recogen sus mochilas y sus bolsos mientras se escuchan griteríos por el pasillo. El profesor bosteza y también recoge su maletín.

- Ey! Te vienes un rato a la cafetería- Me preguntan.

- Sí, sí. Id yendo, ahora os alcanzo- Contesto.

Yo me quedo todavía sentada mirando la clase vacía con las pupilas dilatadas. Me froto un ojo que todavía no quería terminar de abrirse y pestañeo.

Recojo lentamente mis cosas, me echo la mochila al hombro, lanzo un último vistazo a la ventana y salgo por la puerta. Pero rápidamente reacciono, saco un panfleto del bolsillo de la mochila y lo pego con celo en la puerta. La cierro y me marcho paseando.

En el panfleto se puede leer un gran título en cursiva “20 de Diciembre. Fiesta de máscaras en la facultad”

Raquel Moreno

ÉBANO EN LA PIEL




Suspiré mientras mis pasos resonaban suavemente por el pasillo que llevaba a la cafetería, más conocido como el “Pasillo sin ley” debido a la espesa cortina de humo que flotaba perezosamente en el aire difuminando las figuras que se exploraban amparados por ella, dejándome llevar por esa extraña compulsión que me había arrastrado tan temprano a la facultad, la que hacía que mi sangre hirviera bajo mis venas, que mi piel se estremeciera con cada roce de la fina camiseta que llevaba, que me costase avanzar, atenazada por la emoción, por el deseo que me oprimía el corazón. Había llegado demasiado temprano a la facultad de Ciencias Políticas, pero había una razón que me arrastraba, que inundaba mis venas de deseo.

<<No debería estar aquí… no tan pronto, no ahora. No debes venir a verle…>> pensé, intentando ahogar la excitación que crecía en mi ser a cada paso. Suspiré de nuevo al pensar en lo que me habría gustado hacerle ayer, nada más posar mis ojos en su piel negra y su traje azul, todo lo que había planeado por la noche: morder, lamer, chupar… temiendo y deseando el día siguiente para poder acercarme y… Desperté sobresaltada de mi anhelada ensoñación y, horrorizada de mí misma, sacudí la cabeza para liberar mis embrollados pensamientos. Imágenes inconexas cruzaron mi cabeza, haciendo que mi respiración se acelerara y mi corazón latiera más y más deprisa, impulsado por el hambre que sentía… hambre que no había sentido de esa manera nunca antes. Me estremecí y me escabullí hacia el baño sin pararme a mirar, como hacía siempre, las pancartas y pintadas que cubrían las paredes del pasillo en forma de un estrambótico collage. El reflejo me devolvió la mirada desde el espejo e incapaz de soportar mi propia visión, con las pupilas pintadas de lujuria, salí corriendo de allí sin mirar atrás. Sin embargo, algo me detuvo al cruzar la puerta de la cafetería. Una pulsión llena de erotismo, de magnetismo.

Estaba allí.

Rodeado de chicas que rozaban con sus dedos su áspera piel de ébano, atraídas, como yo, por su dulzura. Rechiné los dientes mientras mis entrañas se retorcían obligándome a soltar un suave gemido. Curiosamente… la escena excitaba mi hambre. Gemí de nuevo y me retorcí suavemente sin poder apartar la mirada de la escena, jadeante, ansiándolo todo, deseando unirme al círculo de admiradoras para poder rozarle, deseando que dejara su rastro de oscuridad en mí, deseando poder ponerle las manos encima y hacerle de todo. Aquí mismo. A la vista de todo el mundo. Puse los ojos en blanco, intentando controlar mis impulsos, pero mi respiración se aceleró mientras, inconscientemente, mis pasos me acercaban a él. Oh, qué hambre sentía… lo quería dentro de mí… me mordí levemente el labio, disfrutando del roce de los dientes contra mi piel sensibilizada por su proximidad.

Me detuve a unos pasos de distancia, sin poder, sin querer quitarle los ojos de encima y me pareció que él me devolvía la mirada. Fue sólo un fugaz momento, tal vez sólo una ilusión… pero fue suficiente para mí. Me dejé dominar por la excitación y, deshaciéndome de sus admiradoras, le agarré y le arrastré detrás de mí, hacia el baño, sin ninguna protesta por su parte. No quería que nadie me viera romper tantos meses de abstinencia.

Chocamos contra la puerta en nuestras prisas por entrar. Cuerpo contra cuerpo. Sonreí al aire. Lo sabía. Él también me anhelaba, también sentía que debíamos hacerlo, daba igual que estuviéramos en la universidad, la compulsión era demasiado fuerte y nos arrastraba. Ah…

Lamí su piel con deseo, bajando cada vez más, deseando eternizar ese momento, deseando que entrara en mi boca, deseando poder disfrutarlo.

Ya estaba allí, ya lo tenía entre mis labios. Cerré los ojos casi gimiendo de placer. Ya podía saborearle… ah, sí… La excitación crecía, haciéndome maleable entre sus brazos, dependiente de su sabor, excitada por su tacto…

Ah… qué placer saltarse la dieta de esa manera, poder disfrutar así después de meses de sequía… qué placer… oh, sí… Abrí los ojos al tiempo que su esencia inundaba mi boca. Mmmmm… Tragué, aún con su olor en las papilas gustativas. Me relamí. Mmmm… Cuánto me alegro de que haya nuevas existencias en las expendedoras de la facultad… Adoro las galletas Oreo.

María del Camino