miércoles, 17 de abril de 2013

ME ENCANTAN LOS DÍAS DE LLUVIA


Me encantan los días lluviosos. Tal vez parezca raro, pero encuentro en esa  injusta idea generalizada de que los días encapotados y grises irradian depresión algo muy excitante. Las mejores pajas de mi vida han sido en mi cuarto bajo rayos y relámpagos azotando de manera desbocada. El caso es que me corro a litros. Como si cogieses una botella de Leche Pascual, la pusieses en el suelo tumbada y con el tapón flojo, a solo un minúsculo toque de muñeca para desenroscarla del todo, y saltases sobre ella. Una puta y monstruosa erupción blanca que  solo en los días de lluvia puedo conseguir. Y recalco el pequeño detalle de las pajas porque la realidad es que a mis 19 años lo más cerca de tener una experiencia sexual que no implicase pringarme  mi propia mano derecha fue aquella vez en la que estuve apunto de llegar a mamármela yo mismo. No lo conseguí. Soy virgen. Más que María, Lourdes, Fátima y “La Pilarica” juntas. Pero tampoco le doy más vueltas de las debidas. Aunque para ser sincero, hoy sí. Hace cuatro días leí en El Informer de Somosaguas lo siguiente. Es textual: “Al chico de 2º de Ciencias Políticas que suele vestir con vaqueros negros, botas marrones y camisas a cuadros de colores llamativos y que está  todos los días a eso de las 11:00 en la cafetería pidiendo una palmera de chocolate. Que sepas que con gusto me comería “esa palmera” y todo el relleno que tuviese dentro.” En fin, no es por nada, pero en los casi dos años que llevo yendo a la facultad, solo yo visto con vaqueros negros, botas marrones y camisas ridículamente coloridas. Y la palmera de las 11 no me la quita ni el Papa amenazándome con apuñetearme la cara utilizando el Anillo del Pescador a  modo de puño americano. Así que sí, me dí por aludido. De hecho, me dí  tan por aludido que con la erección tan dura que me surgió podría haber partido tablas. Uno será virgen, pero tiene su propia autoestima. Aunque soy consciente de que a pesar de mi fino cuerpo y mi 1,80 de altura, soy más bien feucho o, siendo generoso, del montón. No sé qué podrá haber visto en mí. El caso es que hoy al montarme en el H he vuelto a leer el Informer. Había otro mensaje. Increíble pero cierto: “A mi Grey de las camisas de cuadros coloridas. Qué tal si hoy, en vez de palmera, te metes al cuarto de baño del martillo 2 de la 3º planta?”.  Bueno, esto ya es más serio. Puede ser un troll, varios trolls, o puede ser una erasmus francesa que con la ayuda de una amiga española me quiere follar en la morbosidad de un baño sucio y mal iluminado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de Somosaguas. Y la verdad es que esto supera con creces la autoestima que comentaba antes. Pero tiene que ser una señal. Que hoy el puto cielo esté grisáceo y llorando una fina capa de lluvia tiene que ser una señal. Cómo no iba a perder mi virginidad un día así. Creí que mi primera vez sería en la Casa de Campo, pero esto es mejor. 

Son las 08:40 de la mañana y el H está lleno de mujeres macilentas que tal vez me podrían llamar la atención a eso de las 04:00 de la madrugada de un viernes. Ya he comentado que tampoco soy un  Di Caprio, pero visto el éxito del Informer tal vez me pueda permitir estas licencias. Y eso que yo no soy exigente. El caso es que si esa chica va ahora mismo en el bus en el que voy yo montado, tal vez me replanteé lo de la Casa de Campo. 

 Llego a clase puntual. Un minuto antes de que el profesor de Filosofía Política entre a clase con su vetusto maletín, su gabardina color musgo y su horterísimo sombrero panameño. Estamos con los clásicos, pero ahora mismo no recuerdo si toca teoría o práctica. Solo pienso en las 11 de la mañana y en quién se comerá hoy la “palmera”. Espero que yo no. 

Resulta que es teoría. Maquiavelo ni más ni menos. Dos infumables horas sin receso que se me pasan lentas, pausadas, pero que me recuerdan que los mejores momentos siempre se hacen esperar. A lo largo de la clase mis pensamientos se traducen en pequeñas erecciones breves y espontáneas. No puedo dejar de imaginarme a una extranjera con los pechos firmes, pezones pequeñitos y bien coloridos, piernas largas y atléticas, cara de niña con mayoría de edad recién cumplida y, por qué no, adornada con unas diminutas pequitas. Estoy muy caliente. 

Concluida la clase, rápidamente cojo mi mochila y salgo acelerado al ascensor del hall de la Facultad. Doy a todos los botones de llamada y me meto en el segundo. Estoy solo. Le doy a la 3º planta. Se cierran las puertas y en diez segundos estoy allí arriba. El baño del martillo 2, pienso. Vale, no hay nadie en los pasillos. Esto pinta bien. Con más vergüenza que curiosidad me meto en el baño de caballeros. El de las damas está cerrado. Es un baño amplio, igual que el que hay entre la cafetería y la sala de microondas de la planta baja. Aparentemente no hay nadie dentro. Sin embargo, oigo un tosido dentro de uno de los urinarios. La puerta está cerrada. No sé que hacer, así que me meto en el de al lado y cierro la puerta. Vuelve a toser. Sé que es de una fémina, pero no me atrevo a hacer nada. Estoy dentro del urinario, de pie y mirando hacia la puerta. Pasan unos veinte segundos y sin apenas darme cuenta se abre la puerta del urinario de al lado, se dan tres pasos y se abre la mía. Lo que sucede después es el éxtasis.

Sin articular palabra entra dentro, me coge, nos damos la vuelta y me empotra contra la puerta. Me empieza a besar los labios como si no hubiese un mañana mientras que su mano derecha empieza a palpar mis huevos. Para. Se arrodilla  y me empieza a quitar el cinturón y bajar la cremallera. No llevamos más de medio minuto pero cuando mete la mano se encuentra con que mi polla ya está más que lista. Me la saca de los pantalones, los cuales no me los ha bajado, y empieza a dar lametazos. Como si fuese un polo, su lengua va de abajo a arriba, enfatizando en el frenillo. El gusto es indescriptible. Alterna ese movimiento con una felación al uso, es decir, metiéndosela entera en la boca. Yo la miro a ella con la mandíbula desencajada y ella, desde abajo, me devuelve miradas que valen lo mismo que lo que me está haciendo con su lengua. Tengo la espalda apoyada en la puerta, la palma de la mano derecha en una de las paredes y la palma de la mano izquierda en la otra. No creo que aguante mucho. Finalmente, mientras me mira, se la saca lentamente de la boca para brindarme una pequeña sonrisa. Se levanta y noto como se fija en mi camisa de cuadros rojos. Me la quita rápidamente. No soy capaz de decirla nada. Ene estos momentos  no soy más que un inerte muñeco de látex hiperrealista sujeto a la voluntad de una rubia de ojos verdes. Ella también se quita toda la ropa excepto los pantalones y las bragas, que se las deja por los tobillos. Se da la vuelta, se inclina con las piernas estiradas, tuerce la cabeza y estira el brazo para cogérmela y meterla lentamente por su trasero. Por fin tomo la iniciativa y soy yo quien marca el ritmo de penetración. Se nota muy estrecho ahí dentro, pero es imposible sentir algo mejor. Poco a poco me voy empoderando y la frecuencia de embestida sube. No sé cómo se llama, ni de dónde es. En ninguno de sus gemidos suelta palabra que pueda identificarla como de esta u otra nacionalidad. Además, no estamos utilizando condón. Pero ahí estoy. Penetrando a una tía por detrás como si lo hubiese hecho cien veces. 

Ya no aguanto más. Me voy a correr. Me la saco bruscamente mientras gimo y ella, al darse cuenta, se reclina y apoya su espalda en la parte derecha de mi pecho. Mi polla está en paralelo a la izquierda de su cadera mientras que mi brazo derecho la abraza por la cintura. Ella menea ligeramente su culo sobre mi muslo derecho y se frota los pezones mientras me la mira. Con la zurda me término yo mismo el trabajo y como era de esperar, la eyaculación es monstruosa. Chorros de blanco perfecto salen disparados hacia la pared de enfrente. En total diez disparos. Impresionante. Cuando recupero la fuerza de las piernas y los espasmos en la columna cesan, la miro y ella me besa el labio inferior con un pequeño mordisco incluido. Me dispara una última sonrisa, se viste y se despide con un auf wiedersehen. Y allí me deja a mí. Con los pantalones por los tobillos, la camiseta no sé dónde y varios chorrazos de densa lefa decorando la pared cual pieza artística del festival de Arco. Pero que lo jodan. Ha sido la mejor experiencia de mi puta vida. 

Me encantan los días de lluvia...

Iván  Pérez Hernando   

1 comentario:

Javier Aarón Rubio dijo...

Un voto para:

"l caso es que me corro a litros. Como si cogieses una botella de Leche Pascual, la pusieses en el suelo tumbada y con el tapón flojo, a solo un minúsculo toque de muñeca para desenroscarla del todo, y saltases sobre ella. Una puta y monstruosa erupción blanca"