Bueno,
¡ya estoy aquí! Al fin se ha terminado la mudanza del demonio, y tengo todas
mis cosas repartidas en este nidito acogedor que empieza a oler mejor que
ninguno. Así es, Diario (tampoco sé muy bien cómo llamarte, de hecho… ¿debería
“llamarte”?), he despedido a mi vida anterior con una sonrisa y empieza el
resto de mi nueva vida aquí, en la facultad.
Al
principio no me lo podía creer, ¿que habían habilitado la facultad de Políticas
y Sociología para ratas y cucarachas? No me lo pensé ni un segundo: ¡era la
oportunidad perfecta! Dejé atrás los problemas, los olvidé. ¡Había que hacerle
espacio a todas las aventuras que me esperaban aquí! Y no me equivocaba, no he
tardado en encontrarme con bichos increíbles que me han dado una bienvenida la
mar de inesperada.
Al
llegar noté que olía todo demasiado a limpio, no terminaba de sentirme cómoda,
la verdad. Pero fue saltar un par de pieles de plátano y bordear algún que otro
vaso de plástico y me encontré a los bichos más increíbles que he conocido: Al
y Sebas. En cuanto me vieron corrieron con sus seis patas a saludarme,
pegándome con sus antenitas y empezaron a hacerme preguntas. Que si era nueva,
que cómo me llamaba, que si necesitaba ayuda para asentarme, que si tenía novio…
Eran encantadores, algo pesados, pero muy muy dicharacheros. Ya te digo,
Diario, que me pasé medio día visitando las instalaciones de mi nuevo hogar con
ellos. Conocí también a alguna paloma del exterior del edificio, que
sobrevolaban ante las puertas sin intención de entrar, y a otras dos cucarachas
algo menos contentas de lo que cabría esperar.
-
No hay derecho.- decía la más anciana, sosteniendo un papel sobre el que ponía
“Visite nuestra facultad, ahora es también lugar para bichos como usted”. Daba
pataditas en el suelo mientras deslizaba la mirada del papel a las paredes.- En
el folleto decía que estaría hasta arriba de basura… ¡y tan sólo hay cuatro
papeles mal tirados!
-Es
una vergüenza.- convino la otra cucaracha.
En
ese momento Al se adelantó, con paso diligente y una cordial sonrisa en la
boca, su seguridad inspiradora dio paso a una voz algo quebrada que no dejaba
de ser dulce.
-Paciencia
amigas mías, tan sólo es el primer día. Ya veréis como mañana os gustará mucho
más. ¡La suciedad no hará más que crecer!
-¿Y
cómo sabes tú eso?- las cucarachas alzaron sus antenas, pero seguían pareciendo
desconfiadas. En cambio yo ya tenía toda mi fe puesta en las palabras de Al,
que soltó una risotada.
-
Bueno, digamos.- dijo con tono jocoso.- Digamos que soy muy veterano en esta
comunidad.
¡Y
ale! La conversación acabó ahí y yo seguí a mis dos acompañantes, más feliz que
una lagartija al sol. Me llevaron hasta un rincón bien agradable y dijeron que
era un buen lugar en el que asentarse, por lo que descargué mis cosas allí y
les di las gracias. Desde entonces he estado acondicionando esto, y creo que lo
he dejado monísimo, ¿no crees Diario?
***
Vaya,
no tenía ni idea de que hubiera tanta gente en esta facultad. ¡Y tantos grupos!
Las asociaciones por la liberación de la cucaracha proliferan por el pasillo,
mientras que cada pocas horas hay alguna asamblea mixta de cucarachas y ratas
en las que hablan temas como “La suciedad como empoderamiento del colectivo
invertebrado”. Aún no logro entender qué significa todo lo que dicen, pero
parecen bichos muy formados e interesantes.
En
cuanto a mi casa, Al tenía razón, hoy he amanecido con una piel de mandarina
sobre mi nido, y algún que otro plato de plástico decorando el suelo de la
entrada. ¡Y lo mejor de todo es que tenían aún comida! Lo reconozco, Diario, a
ti no te voy a engañar: por las mañanas me levanto con un hambre que no veas.
Así que ni pincha ni corta me he servido esas cabezas de gamba y las judías
verdes mordisqueadas con un gusto tremendo. ¿Y qué mejor forma de bajar el
desayuno que un paseo? Recorrí con energía los pasillos y pude ver a todas mis
vecinas atareadas ya en sus labores: algunas cucarachas ponían carteles de
diferentes ideologías políticas, grandes y rojos, en los que se podía leer
“Juventudes cucarachiles, contamos con tu antena”. Otras pintaban las paredes.
Algunas ratas ponían carteles de color fucsia que ni me paré a leer.
¡Eran
tantos!
Tanta
actividad me abrumaba y me encantaba a la vez. Eran como hormiguitas gordas y
rechonchas todas caminando en el mismo sentido. Qué monas.
Pero
claro, iba tan absorta en mis cosas que no me he dado cuenta de que un humano
con sus botas inmensas ha pisado mi cola. ¡Qué dolor! ¡Y qué desfachatez! Ni
siquiera se ha agachado a disculparse. Tan sólo ha mirado hacia abajo
rápidamente y ha seguido andando. Me he indignado de tal manera que he ido
corriendo a hablar con Al. Pero cuando me he plantado en su despacho (entre dos
cubos de basura) él estaba ocupado con unos papeles y Sebas me ha dicho que tan
sólo podía atender urgencias.
-¡Esto
es una urgencia!- exclamé.- ¡He sido ultrajada! ¡Han violado mi integridad
física!
Pero
Sebas se limitó a negar con la cabeza y siguió a lo suyo. ¿Qué está pasando
aquí, Diario?
***
Ya
está, lo hice. Me he unido a la asociación “Ratas libres contra la opresión del
cucarcado” y he empezado a asistir a sus asambleas. Y, lejos de lo que pueda
parecer, hay muchas ratas en mi misma situación. No sólo eso, sino que entre
todas ofrecemos una alternativa, un cambio. La dirección de esta comunidad debe
cambiar, y somos nosotras las que debemos dar el primer paso, morder primero
antes de que nos muerdan por detrás. Ahora empiezan a tener sentido conceptos
como “autonomía de la rata” o “lucha de alimañas”.
Justo
hoy, entre la suciedad siempre creciente que nos da ánimos por continuar
nuestra lucha, nos hemos manifestado al ritmo de chillidos y movimientos de
colas. Sí, me he pasado la mañana pintando pancartas, pero ha merecido la pena
verlas ondear mientras reclamábamos unos derechos que al parecer tan sólo
tienen los simpatizantes del régimen cucarachista. Pero entonces han aparecido
dos perros enormes que olfateaban entre nuestra basura: no iban a dejar que
terminásemos la manifestación. Seguro que Al y Sebas tenían algo que ver con
esta represión. Pero no nos importa, la lucha seguirá, y mañana volveremos a
unir nuestras fuerzas para levantarnos contra el opresor.
Una
cosa está clara: mañana será mi último día en esta comunidad. Se me acaba el
contrato de alquiler y no pienso renovarlo. Me quedaría a luchar por mis
compañeras, pero me he dado cuenta de que el cucarachismo está presente en toda
nuestra sociedad: como una plaga de pequeños insectos oscuros, invaden la
conciencia de las alimañas y les dictan un orden de suciedad contra el que alguien
tiene que rebelarse. Mañana serán ellas o yo.
***
Han
pasado ya tres días desde que empecé este diario, y parece que fue ayer. Estoy
agotada, y furiosa.
¿Por qué sigo escribiendo? Ya no lo hago por mí, sino por
todas mis compañeras que seguirán luchando una vez me haya marchado. Dejaré
este documento en la facultad para que todas podáis leerlo, y lo esconderé en
un lugar donde los agentes del cucarcado no lo puedan encontrar.
Por
eso, a las ratas que encuentren este papelillo os digo: ¡ánimo camarratas!
Nunca estaréis solas en vuestra lucha. Hoy me habéis demostrado que puedo
confiar en vosotras, y que juntas podemos conseguir lo que queramos. La
suciedad inmensa que cubría hasta las paredes de la facultad ha permitido que
boicoteemos algunas de sus instituciones opresoras como la granja de pulgas, y
eso ha supuesto un duro golpe al régimen cucarcal.
Me
ha resultado halagador que todas las jóvenes cabecitas de ratas recién llegadas
apuntaran hacia mis discursos que, con la voz más potente que pude, chillé en
nuestra reivindicación, aunque quiero también ofreceros una advertencia. Tal y
como yo me voy, muchas otras os iréis también, pero lo que nunca debéis perder
es el ánimo revolucionario que nos ha llevado hasta aquí. La suciedad está
creciendo cada vez más, quizá hasta formar un estercolero total, quién sabe.
Pero todo acaba, y algún día desaparecerá. Debéis estar preparadas para
entonces, afianzar vuestros conocimientos y descubriros a vosotras mismas:
crear una identidad colectiva que nos ayudará a combatir el cucarachismo
individualista que siempre nos han querido inculcar.
Con
estas breves palabras me despido. Desearía que en cada joven corazón ratil que
leyera esta nota se encendiera la llama de la rebelión, y desde las
alcantarillas de Pozuelo seguiré animando la lucha que ha marcado cuatro días
de mi vida. Los cuatro días más maravillosos de mi vida, y en los que he
aprendido que la colectividad siempre es más fuerte que la apatía cucarachista.
Hasta
siempre, Rata Capriles, ahora expresidenta de “Ratas libres contra la opresión
del cucarcado.”
José C. Sancho
1 comentario:
Me ha gustado la ironía del relato, ha conseguido arrancarme más de una sonrisa.
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