Así que quieres que te cuente una historia, una leyenda
sobre la facultad. Seguro que ya has oído hablar del hecho de que iba a ser una
prisión, es una historia muy conocida; siguiendo los planos de una cárcel
californiana o una cosa así. Es una leyenda conocida, aburrida... no, no te voy
a hablar de eso. Te voy a contar la historia de verdad, quizás incluso algún
día la compruebes.
Basta con que te quedes encerrado una noche en la
facultad. Cualquier noche te vale, aunque a poder ser mejor una de invierno, en
el largo enero, antes de los exámenes. Cuando empieza a acumulares la tensión.
Con que te cueles en un despacho, o te escondas en los baños, o quizás en uno
de los cuartitos de las asociaciones basta. Aguarda ahí, a oscuras, en silencio,
hasta que los bedeles hayan cerrado todo y se vayan. Y de pronto notarás la
quietud, el vacío...
Espera unos minutos, empápate de esa nada y entonces,
lentamente, repta fuera de tu refugio. Saldrás a un mundo completamente
distinto al familiar universo del día. No es que haya fantasmas, ni caras en
las paredes, ni ninguna cosa extraña... simplemente observa el pasillo: vacío,
ni un alma. Nadie pasea, las luces están apagadas, no hay voces. Sólo la difusa
luz de una luna que se asoma entre unas nubes permite que observes la quietud.
Paséate por los pasillos, entra en las pocas habitaciones
que hayan podido dejar abiertas los bedeles, empápate del ambiente y notarás...
la tensión. Como el edificio se encierra en si mismo, se retuerce en la soledad.
No hay voces, no hay fantasmas, no hay nada... sólo está el eterno diferente,
el ausente... el tú.
Notarás un aura. Es algo que al principio no te das
cuenta, repta en tu interior lentamente, insinuándose como una figura en las
sombras de una puerta. Pero está ahí. Ocasionalmente sientes su presencia, te
das la vuelta a escuchar si alguien se acerca por detrás de ti... ¿algo ha
sonado? No, seguro que no era nada, estás sólo. ¿Y ese ruido de fuera? Debió
ser solo el viento, o quizás algún ave nocturna en caza de algún ratón
desprevenido.
Ese aura, ese desconocido, va calando lentamente en ti,
en tus huesos, en tu ser... en tu forma de entender el mundo, te lo
distorsiona. Te pierdes entre las grietas, caes entre las rendijas... entras en
el mundo de la facultad nocturna. Lentamente, puedes sentir como cosas a las
que antes no dabas importancia, como ruidos y sombras, cobran una nueva
importancia en tu soledad. Y te das cuenta que puedes hacer muchas cosas que
normalmente estarían vedadas, que nadie te vigila. Puedes descontrolarte,
puedes reventar una cerradura y robar libros de la biblioteca, puedes correr
como un loco saltando y gritando... nadie se enterará. Hagas lo que hagas, no
pasará nada, no hay ley, no hay control, no hay vecinos, amigos, enemigos... no
hay nada, sólo tú y esas mudas paredes que te observan en silencio. Crujen,
como las de cualquier edificio viejo, pero no te juzgan en la débil
luminiscencia de esa luna plateada.
Quédate unos minutos en silencio sentado en uno de los
bancos del pasillo, deja que la facultad te cuente su historia. Y te hablará de
sueños, esperanzas, amores, pérdidas, ambiciones, traiciones, amigos que se han
ido. Te narrará todo lo que la gente ha ido olvidando en sus esquinas: esa
pintada que alguien hizo para demostrar su fe en una ideología, para ser
aceptado por sus iguales, o la protesta contra un profesor injusto rascada en
el interior de un retrete, o el nombre de una chica en un arañado en una
columna.
Presta atención a esos desconchados en los asientos,
fruto de horas y horas de gente hablando, personas que ya no están. Sin
embargo, sus ecos todavía se pueden oír en el silencio, conversaciones olvidadas
a las que nadie presta atención. Restos abandonados en las memorias de sus
dueños, que han construido futuros y vidas dejando atrás sólo las sombras de
quienes fueron.
Fíjate en las machas del suelo, las historias que
cuentan. El vino de esa gran fiesta que iba a ser el mejor día del recién
llegado a la facultad que hace tiempo que la ha abandonado. Los restos de la
comida de hoy que han quedado pese a la limpieza, mudo testigo de esa chica
estudiosa que come a toda velocidad para llegar a tiempo a clase. Pero también
las manchas en las grietas de las paredes, restos de una pintada borrada cuyos
trazos han sido tan olvidados como el de quien la hubo pintado una vez.
Escucha sus historias. Y cuando esa noche abandones la
facultad y regreses al mundo conocido y familiar notarás que ese que sale ya no
eres tú, sino otro tú. Una persona que conoce mejor, distinto, que ha visto el
mundo nocturno y abandonado que los demás temen reconocer. Que ha aprendido del
silencio y la oscuridad que ella cuenta el grave peso del tiempo, y de la
futilidad de nuestro paso; que ha entendido el peso de los sueños rotos, las
esperanzas olvidadas y las historias perdidas que sólo el edificio a oscuras te
puede contar... si lo escuchas.
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