domingo, 23 de febrero de 2014

Las voces del Ayer



            Así que quieres que te cuente una historia, una leyenda sobre la facultad. Seguro que ya has oído hablar del hecho de que iba a ser una prisión, es una historia muy conocida; siguiendo los planos de una cárcel californiana o una cosa así. Es una leyenda conocida, aburrida... no, no te voy a hablar de eso. Te voy a contar la historia de verdad, quizás incluso algún día la compruebes.

            Basta con que te quedes encerrado una noche en la facultad. Cualquier noche te vale, aunque a poder ser mejor una de invierno, en el largo enero, antes de los exámenes. Cuando empieza a acumulares la tensión. Con que te cueles en un despacho, o te escondas en los baños, o quizás en uno de los cuartitos de las asociaciones basta. Aguarda ahí, a oscuras, en silencio, hasta que los bedeles hayan cerrado todo y se vayan. Y de pronto notarás la quietud, el vacío...

            Espera unos minutos, empápate de esa nada y entonces, lentamente, repta fuera de tu refugio. Saldrás a un mundo completamente distinto al familiar universo del día. No es que haya fantasmas, ni caras en las paredes, ni ninguna cosa extraña... simplemente observa el pasillo: vacío, ni un alma. Nadie pasea, las luces están apagadas, no hay voces. Sólo la difusa luz de una luna que se asoma entre unas nubes permite que observes la quietud.

            Paséate por los pasillos, entra en las pocas habitaciones que hayan podido dejar abiertas los bedeles, empápate del ambiente y notarás... la tensión. Como el edificio se encierra en si mismo, se retuerce en la soledad. No hay voces, no hay fantasmas, no hay nada... sólo está el eterno diferente, el ausente... el tú.

            Notarás un aura. Es algo que al principio no te das cuenta, repta en tu interior lentamente, insinuándose como una figura en las sombras de una puerta. Pero está ahí. Ocasionalmente sientes su presencia, te das la vuelta a escuchar si alguien se acerca por detrás de ti... ¿algo ha sonado? No, seguro que no era nada, estás sólo. ¿Y ese ruido de fuera? Debió ser solo el viento, o quizás algún ave nocturna en caza de algún ratón desprevenido.

            Ese aura, ese desconocido, va calando lentamente en ti, en tus huesos, en tu ser... en tu forma de entender el mundo, te lo distorsiona. Te pierdes entre las grietas, caes entre las rendijas... entras en el mundo de la facultad nocturna. Lentamente, puedes sentir como cosas a las que antes no dabas importancia, como ruidos y sombras, cobran una nueva importancia en tu soledad. Y te das cuenta que puedes hacer muchas cosas que normalmente estarían vedadas, que nadie te vigila. Puedes descontrolarte, puedes reventar una cerradura y robar libros de la biblioteca, puedes correr como un loco saltando y gritando... nadie se enterará. Hagas lo que hagas, no pasará nada, no hay ley, no hay control, no hay vecinos, amigos, enemigos... no hay nada, sólo tú y esas mudas paredes que te observan en silencio. Crujen, como las de cualquier edificio viejo, pero no te juzgan en la débil luminiscencia de esa luna plateada. 

            Quédate unos minutos en silencio sentado en uno de los bancos del pasillo, deja que la facultad te cuente su historia. Y te hablará de sueños, esperanzas, amores, pérdidas, ambiciones, traiciones, amigos que se han ido. Te narrará todo lo que la gente ha ido olvidando en sus esquinas: esa pintada que alguien hizo para demostrar su fe en una ideología, para ser aceptado por sus iguales, o la protesta contra un profesor injusto rascada en el interior de un retrete, o el nombre de una chica en un arañado en una columna.

            Presta atención a esos desconchados en los asientos, fruto de horas y horas de gente hablando, personas que ya no están. Sin embargo, sus ecos todavía se pueden oír en el silencio, conversaciones olvidadas a las que nadie presta atención. Restos abandonados en las memorias de sus dueños, que han construido futuros y vidas dejando atrás sólo las sombras de quienes fueron.

            Fíjate en las machas del suelo, las historias que cuentan. El vino de esa gran fiesta que iba a ser el mejor día del recién llegado a la facultad que hace tiempo que la ha abandonado. Los restos de la comida de hoy que han quedado pese a la limpieza, mudo testigo de esa chica estudiosa que come a toda velocidad para llegar a tiempo a clase. Pero también las manchas en las grietas de las paredes, restos de una pintada borrada cuyos trazos han sido tan olvidados como el de quien la hubo pintado una vez.

            Escucha sus historias. Y cuando esa noche abandones la facultad y regreses al mundo conocido y familiar notarás que ese que sale ya no eres tú, sino otro tú. Una persona que conoce mejor, distinto, que ha visto el mundo nocturno y abandonado que los demás temen reconocer. Que ha aprendido del silencio y la oscuridad que ella cuenta el grave peso del tiempo, y de la futilidad de nuestro paso; que ha entendido el peso de los sueños rotos, las esperanzas olvidadas y las historias perdidas que sólo el edificio a oscuras te puede contar... si lo escuchas.

 Costan Sequeiros

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